Con las copas de la piscina de la noche anterior todavía en nuestras cabezas, dejamos el hotel y nos dirigimos hacia el lado oriental de la isla, no sin antes visitar la habitación clásica que tienen, recuerdo de la época colonial.
La próxima parada es Camacha, aparcamos arriba en la plaza, al lado de un reloj que llevaron los ingleses y recorremos los poco que hay que ver: la plaza, la Iglesia de Sao José, una tienda de mimbre y un mirador con una vista espectacular. Veo un camino que pone "levada", lo sigo pero lleva a la carretera... Para otra ocasión. Poco tiempo aquí y partimos a Santa Cruz, cerquita de Camacha pero en la playa... Bueno, playa, playa... por decir algo: es un acúmulo ingente de piedras y rocas al lado del mar con lo que no te puedes bañar sin torcerte un tobillo. Incluso ponen una barandilla y pasarela para tirarte al agua!!! Fotitos de las piedras, de la playa de cemento, la arena de cantos rodaos y el paseo marítimo con sus guiris jugando al vóley desollándose los pies. Mira! en lontananza se divisan unas islas. Tierra! Son las Islas Vírgenes, nos enteraríamos después.
Bueno, corta estancia y desplazamiento a Machico: puerto pesquero, éste sí, en la osta. Con su playa y todo: bueno, la arena la han traído desde Marruecos pero es el único sitio donde me puedo bañar; eso sí, el agua a bajo cero. Sonia ni se lo plantea y se va a por un helado. Cuando termina, me recoge y nos vamos a ver el centro: igual, iglesia y plaza con estatua del famoso de turno. Corcho, se pone a llover: tipo chirimiri pero agua helada así que aprovechamos para un "bolo": me lo pillo de azúcar. Buenísimos, estos lusos hacen los mejores bollos del mundo! Eah, "bolo" zampado y a ver ballenas.
Para ello, hay que ir a Caniçal, aunque pocas ballenas hay: de plástico, marfil, de juguete o de lo que quieras menos de verdad. Lo que pasa es que fue el puerto ballenero más importante de esta zona y aun se conservan restos; pero de ballenas, nada. Unos barquitos chulos en el puerto, una estatua y un museo... pero de las de verdad, ni rastro. Por cierto, otra magnífica playa con estupendas piedras tuercetobillos.
Y para la hora de la comida llegamos a Porto Da cruz, con un poquito más de interés que los anteriores. Bueno, interés hasta que encuentras las famosas piscinas: un spa con sobrillas al lado de las piedras y poco más... Ah, sí! Un precioso ratoncillo cruzando por la calle. Bajamos a la playa a tomar el fresco y a partirme los tobillos, claro. Respiramos aire puro, como en toda la isla y suena la gusa: hambreee... Una visita corta por el pueblo y A Pipa a comer: buena comida y una jarrita de sangría de Madeira: refresca está rica. Gran idea para volver a casa. Ya saciados y con energías repuestas, nos vamos a tomar ron! Típico de aquí. Subimos a la fábrica de ron, que se llama Engenhos do Norte. Al pasar por la playa, está repleta de surfistas: la mitad no tiene dientes de los chocazos con las piedras.
Entrar a la fábrica es free y está curiosa de ver: llena de máquinas (ingenios, como en Cuba) para hacer ron. Pero hay tanto guiri que no podemos ni probarlo, ni siquiera la Poncha, típica de Madeira. Bueno, otro día.
Ya con esto visto, nos vamos al lugar donde dormiremos: Santana, con sus espectaculares vistas y casas triangulares. Para mí, es lo mejor de la isla pero sobre todo por donde nos hospedamos: en las Casas de Campo de Pomar. Si vas a Madeira, es obligado pasar una noche aquí. El entorno es espectacular y para dormir, tiene casitas por la Quinta (la finca). Por la mañana, te ponen el pan calentito en la puerta... Bueno, hacemos el checking con el dueño, muy amable y nos vamos a ver si nos compramos un jerseicito que por aquí refresca. Después visita a las casas triangulares y vuelta a la Quinta a tomar una duchita y disfrutar de nuestra casita, antes de cenar. Esto ocurre en la casa de Marcel, donde probamos el típico sable negro y por fin, la famosa Poncha. Lo primero, rico; lo segundo, fuerte pero exquisito. Con la tripita llena, a la casita a disfrutar de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario